Eucaristía del Viernes 28 de Junio de 2024
Viernes de la duodécima semana del tiempo ordinario
San Ireneo, obispo y mártir
Memoria obligatoria
Color: rojo
Ireneo (130-177) nació en Esmirna y fue discípulo de Policarpo, obispo de esa ciudad. Siendo joven emigró al lejano país de la Galia (Francia) y se afincó en la colonia griega de Lyon donde fue nombrado obispo. Como pastor, difundió el evangelio entre los pueblos de la Galia, pero también se preocupó, con gran celo, de defender la integridad del depósito de la fe contra los gnósticos.
En sus escritos, Ireneo (cuyo nombre significa “paz”) revela una visión profunda del designio de Dios, de la vocación del hombre y del misterio de la Iglesia
En el año 177, fue martirizado en el anfiteatro de Lyon.
Antífona de entrada Mal 2, 6
La doctrina de verdad estaba en su boca y no se encontró maldad en sus labios; caminaba conmigo en paz y rectitud, y apartó a muchos de la iniquidad.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que diste al obispo san Ireneo la gracia de mantener con firmeza la doctrina de verdad y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, que, renovados en la fe y en la caridad, trabajemos siempre por la unidad y la concordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
Judá fue deportado lejos de su tierra.
Lectura del segundo libro de los Reyes 25, 1-12
El noveno año del reinado de Sedecías, el día diez del décimo mes, Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó con todo su ejército contra Jerusalén; acampó frente a la ciudad y la cercaron con una empalizada. La ciudad estuvo bajo el asedio hasta el año undécimo del rey Sedecías.
En el cuarto mes, el día nueve del mes, mientras apretaba el hambre en la ciudad y no había más pan para la gente del país, se abrió una brecha en la ciudad. Entonces huyeron todos los hombres de guerra, saliendo de la ciudad durante la noche, por el camino de la Puerta entre las dos murallas, que está cerca del jardín del rey; y mientras los caldeos rodeaban la ciudad, ellos tomaron por el camino de la Arabá. Las tropas de los caldeos persiguieron al rey, y lo alcanzaron en las estepas de Jericó, donde se desbandó todo su ejército. Los caldeos capturaron al rey y lo hicieron subir hasta Riblá, ante el rey de Babilonia, y este dictó sentencia contra él. Los hijos de Sedecías fueron degollados ante sus propios ojos. A Sedecías le sacó los ojos, lo ató con una doble cadena de bronce y lo llevó a Babilonia.
El día siete del quinto mes -era el decimonoveno año de Nabucodonosor, rey de Babilonia- Nebuzaradán, comandante de la guardia, que prestaba servicio ante el rey de Babilonia, entró en Jerusalén. Incendió la Casa del Señor, la casa del rey y todas las casas de Jerusalén, y prendió fuego a todas las casas de los nobles. Después, el ejército de los caldeos que estaba con el comandante de la guardia derribó las murallas que rodeaban a Jerusalén.
Nebuzaradán, el comandante de la guardia, deportó a toda la población que había quedado en la ciudad, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de los artesanos. Pero dejó una parte de la gente pobre del país como viñadores y cultivadores.
SALMO RESPONSORIAL 136, 1-6
R/. ¡Que nunca me olvide de ti, Ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras.
Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: “¡Canten para nosotros un canto de Sión!”
¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha.
Que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Mt 8, 17
Aleluya.
Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. Aleluya.
EVANGELIO
Si quieres, puedes purificarme.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 8, 1-4
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante Él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.