Eucaristía del Domingo 02 de Abril de 2023
Domingo de Ramos
Salterio II
Color: rojo
El profeta nos presenta el misterioso Siervo de Dios que afronta terribles sufrimientos
libremente, con plena confianza en Dios y con amor a sus hermanos pecadores.
La profecía se cumplirá en Cristo, Siervo de Dios, que está totalmente dedicado a cumplir la voluntad salvífica de Dios a costa de su propia vida. El Hijo de Dios haciéndose hombre, se ha desprendido de su gloria en la Pasión y en la muerte de cruz. En premio de su obediencia, el Padre lo exalta exigiendo que su Hijo hecho hombre sea reconocido por todos como único salvador y mediador entre la humanidad pecadora y el Padre celeste.
El mensaje evangélico es el mensaje de la cruz, verdad de fe, norma de vida, centro del culto, fuente de gracia y de esperanza en el trabajo del cristiano.
El relato evangélico de los últimos acontecimientos de la vida de Cristo, muestran con muda elocuencia los hechos de la malicia de los hombres. Los enemigos de Cristo intentan borrar su nombre de la historia en la ignominia de una injusta e infamante condena y un terrible martirio.
Cristo abraza la cruz por amor al Padre y por amor a nosotros llevando a cumplimiento las
antiguas promesas de salvación. El mensaje de la cruz es la liberación de todo mal, el rescate del dolor sin consolación y esperanza. Después de los sufrimientos padecidos por Cristo, ninguno puede decir que Dios no nos ama; ninguna criatura humana, insultada, oprimida por la violencia y la injusticia, sufre sola. Cristo está de su parte y sufriendo con Él, el hombre se redime, se levanta a la más luminosa y cierta esperanza, continuando en sus propios sufrimientos aquellos de Cristo, que se inmola para cancelar del mundo el más profundo y sin Él irreparable. No hay injusticia y violencia que no tenga sus orígenes en el rechazo a Dios y la rebelión a su voluntad. Solo a la sombra de la cruz el hombre se puede redimir.
MISA
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, tú mostraste a los hombres el ejemplo de humildad de nuestro Salvador, que se encamó y murió en la cruz; concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión, para poder participar un día de su gloriosa resurrección. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
BENDICIÓN DE LOS RAMOS
Antífona Cf. Mt 21, 9
Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en las alturas.
MONICIÓN
Queridos hermanos:
Después de haber preparado nuestros corazones desde el comienzo de la Cuaresma por medio de la penitencia, la oración y las obras de caridad, hoy nos congregamos para iniciar con toda la Iglesia la celebración del misterio pascual de nuestro Señor.
Este sagrado misterio se realiza por su muerte y resurrección; para ello, Jesús ingresó en Jerusalén, la ciudad santa. Nosotros, llenos de fe y con gran fervor, recordando esta entrada triunfal, sigamos al Señor para que, por la gracia que brota de su cruz, lleguemos a tener parte en su resurrección y en su vida.
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición estos ramos para que, cuantos seguimos con aclamaciones a Cristo Rey, podamos llegar por él a la Jerusalén celestial.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
MISA
Primera lectura
No retiré mi rostro cuando me ultrajaban, pero sé muy bien que no seré defraudado.
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Salmo responsorial 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos.
Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme.
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”.
Segunda lectura
Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”.
BENDICIÓN DE LOS RAMOS
EVANGELIO
«Bendito el que viene en nombre del Señor»
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo Mt 21, 1-11
Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: «El Señor los necesita y los va a devolver enseguida»».
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Digan a la hija de Sión:
Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga».
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús montó sobre él. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es éste?». Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».
Queridos hermanos:
Imitemos a la muchedumbre que aclamó a Jesús, y caminemos cantando y glorificando a Dios, unidos por el vínculo de la paz.
Antífona de entrada Cf. Jn 12, 1. 12-13; Sal 23, 9-10
Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor entraba a la ciudad de Jerusalén, los niños salieron a su encuentro con palmas en sus manos y aclamaban con toda su voz. *Hosanna en las alturas. Bendito tú, que has venido lleno de misericordia.
Puertas, levanten sus dinteles. Ábranse, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria. ¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. * Hosanna en las alturas. Bendito tú, que has venido lleno de misericordia.
MISA
Aclamación al Evangelio Flp 2, 8-9
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14—27, 66
C. Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían:
S. “No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo”.
C. Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S. “¿Cuánto me darán si se lo entrego?”
C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
C. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:
S. “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”
C. Él respondió:
+ “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos””.
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer; estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:
+ “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”.
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:
S. “¿Seré yo, Señor?”
C. El respondió:
+ “El que acaba de servirse de la misma fuente que Yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. “¿Seré yo, Maestro?”
+ «Tú lo has dicho».
C. Le respondió Jesús.
C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo”.
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
+ “Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”.
C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ “Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. “Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás”.
C. Jesús le respondió:
+ “Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”.
C. Pedro le dijo:
S. “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”.
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
+ “Quédense aquí, mientras Yo voy allí a orar”.
C Y llevando con Él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
+ “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo”.
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
+ “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
+ “¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
+ “Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad”.
C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:
+ “Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.
C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. “Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo”.
Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. “Salud, Maestro”.
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
+ “Amigo, ¡cumple tu cometido!”
C. Entonces se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:
+ “Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder esto?”
C. Y en ese momento, Jesús dijo a la multitud:
+. “¿Soy acaso un bandido, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron”.
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo siguió de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
S. “Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días””.
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús:
S. “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?”
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. “Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.
C. Jesús le respondió:
+ “Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo”.
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”
C. Ellos respondieron:
S. “Merece la muerte”.
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole:
C. “Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó”.
C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S. “Tú también estabas con Jesús, el Galileo”.
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. “No sé lo que quieres decir”.
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S. “Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno”.
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. “Yo no conozco a ese hombre”.
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron:
S. “Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona”.
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: “Antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Y saliendo, lloró amargamente.
C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.
C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S. “He pecado, entregando sangre inocente”.
C. Ellos respondieron:
S. “¿Qué nos importa? Es asunto tuyo”.
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. “No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre”.
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado “del alfarero”, para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”. Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: “Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el “Campo del alfarero”, como el Señor me lo había ordenado”.
C. Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó:
S. “¿Eres Tú el rey de los judíos?”
C. Él respondió:
+ “Tú lo dices”.
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. “¿No oyes todo lo que declaran contra ti?”
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Jesús Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. “¿A quién quieren que ponga en libertad, a Jesús Barrabás o a Jesús llamado el Mesías?”
C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. “No te mezcles en el asunto de ese justo porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho”.
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. “¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?”
C. Ellos respondieron:
S. “A Barrabás”.
C. Pilato continuó:
S. “¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?”
C. Todos respondieron:
S. “¡Que sea crucificado!”
C. El insistió:
S. “¿Qué mal ha hecho?”
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. “¡Que sea crucificado!”
C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes”.
C. Y todo el pueblo respondió:
S. “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de Él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza; pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de Él, se burlaban, diciendo:
S. “Salud, rey de los judíos”.
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa “lugar del Cráneo”, le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, “los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron;” y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. Al mismo tiempo, fueron crucificados con Él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. “Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!”
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. “Ha confiado en Dios; que Él lo libre ahora si lo ama”, ya que Él dijo:
“Yo soy Hijo de Dios””.
C. También lo insultaban los bandidos crucificados con Él.
C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
+. “Elí, Elí, lemá sabactaní”.
C. Que significa:
+. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. “¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!”
C. Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo.
Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.
C. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.
C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole:
S. “Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: “¡Ha resucitado!” Este último engaño sería peor que el primero”.
C. Pilato les respondió:
S. “Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente”.
C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.
Credo
LITURGIA EUCARÍSTICA
Oración Universal
Imploremos, hermanos, a Jesús, el Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, que en la cruz presentó, con lágrimas en los ojos, oraciones y súplicas al Padre, y oremos también nosotros por todos los hombres:
Para que el Señor, que en la cruz excusó y pidió perdón por los ignorantes, tenga piedad de los fieles que han caído en el pecado, les dé coraje para recurrir al sacramento de la penitencia y les conceda el gozo del perdón y de la paz, roguemos al Señor.
Para que la sangre de Jesús, que habla más favorablemente que la de Abel, reconcilie con Dios a los que aún están lejos a causa de la ignorancia, la indiferencia, la maldad o las propias pasiones, roguemos al Señor.
Para que el Señor, que en la cruz experimentó la amargura de sentirse triste y abandonado, se apiade de los enfermos, los afligidos y los oprimidos y les envíe a su ángel para que los conforte, roguemos al Señor.
Para que el Señor, que recibió en su reino al ladrón arrepentido, se apiade de nosotros, nos dé sentimientos de contrición y nos admita, después de la muerte, en su paraíso, roguemos al Señor.